No tengo musas que me susurren al oído, tampoco me rondan ángeles con arpas celestiales. Mi mesa de trabajo suele ser escenario de duras batallas campales. Voy, vengo. Trato de desenredar las brumas cerebrales. Encandeno tés y cafés. Me rompo la espalda, hago estiramientos. Esclavizo a mis neuronas. Rastreamos lo conocido y lo desconocido en busca del sustantivo preciso, el adjetivo correcto, la imagen capaz de convocar una sacudida intensa, un pensamiento leve, una carcajada salvaje o una sonrisa torcida. A menudo fracaso, pero algunas veces consigo lo que quiero. Y entonces la euforia es indescriptible. Llegan maravillas de toda clase. Fuego, alegría, pasión, ternura, risas, poesía. Es el estado de gracia del acto creativo puro y simple. No creo que haya emoción más arrebatadora que ésta.